—¿Anne, puedes ocuparte de ella sin dejarla ir? —preguntó Hazel cuando se dio cuenta de que Rafael la miraba con aquella media sonrisa cálida y curvada.
Cualquiera que lo conociera sabía que era la sonrisa que mostraba lo enfadado que estaba.
—¡Anne! —llamó a la chica nuevamente, quien asintió con un suspiro.
—¡Tú! Ve y ayuda a mi criada a llevar a mi esclavo a las habitaciones del ático —el caballero asintió con la cabeza y pronto siguieron.
Ella les dio una última mirada antes de inclinar su cabeza hacia Rafael, quien no se movió ni un ápice pero esperaba a que ella se le acercara.
Ella se acercó lenta y pausadamente hacia el hombre que la atrajo hacia sus brazos en cuanto ella se puso delante de él.
—¿Te fuiste de la fiesta y luego fuiste a encontrarte con brujas? —su voz salió entre dientes apretados. Había tanta presión en su voz que ella supo que estaba más enfadado de lo que había pensado.