—¿Me estás pidiendo que me una a la guerra? —observó su rostro detenidamente. Ella parecía más curiosa que cualquier otra emoción.
—¿Cómo puedo responder a una pregunta que podría poner en riesgo mi seguridad ante el señor de los vampiros? —soltó una pequeña risa al responder, pero sus ojos estaban llenos de sospechas que a ella le divertían.
—Entonces, vienes aquí diciendo quién eres pero ahora quieres jugar al escondite. Así que yo pueda demostrarte que no estoy de su lado y para eso me pides que haga una tarea para ti. ¿Una tarea para desarrollar tu confianza en mí? —sus ojos se arrugaron con una risa divertida que era tan hechizante que él no pudo apartar la mirada.
Debería haberse avergonzado por sus pensamientos al hablar en voz alta, pero todo lo que mostraba era impresión.
Asintió con afirmación. La mujer no era una gallina sin cabeza con mucho poder, sino una fuerte contendiente con su propia mente y una lengua afilada que funcionaba no menos que una navaja.