Hazel parpadeó. Sentía su cuerpo demasiado pesado, pero lo que la dejó atónita fue el estado de la habitación. Recordó con viveza cada escena frente a sus ojos.
Estaba segura de que había atacado a su hermano. Sin embargo, sentía que no había sido ella. No lo había hecho.
¡Las dagas! Ni siquiera sabía de dónde había sacado tantas dagas. Como si solo levantara las manos al cielo y una daga aterrizara en ellas cada vez.
Arrastró su pesado cuerpo hacia la silla más cercana y luego examinó los nombres y cargos de las chicas. Muchas de ellas tenían una dirección de dónde él había mantenido a esas chicas como si fueran animales.
—¡No hay tiempo que perder! —Se levantó para encontrar a Luciano. ¿Y si él aumentaba la seguridad o cambiaba sus lugares antes de que pudiera llegar a ellas? Porque si la verdad salía a la luz entonces él perdería la posición de rey benevolente que estaba tratando de forjar después de haber atrapado a su padre.