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—Lamento eso. Siento que tengo que presentar a todos antes de poder hablar contigo en privado —se disculpó Emmelyn.
—Está bien, Su Gracia —Edgar sonrió para reconfortar a la mujer—. Él podía ver que Emmelyn estaba ansiosa. Así que, señaló el sofá y sugirió que se sentaran y hablaran allí—. Creo que será mejor hablar sentados.
—Ah, sí... tienes razón —dijo Emmelyn y soltó una risa nerviosa—. Por favor, toma asiento.
Ella tomó la caja de madera de la mesa y la sujetó firmemente en su regazo cuando se sentó en la silla. Horatio llegó pronto con una bandeja llena de té y algunos refrigerios. Emmelyn le agradeció y esperó a que el mayordomo se fuera antes de empezar a hablar con Edgar.
—Sé que debes tener muchas preguntas —dijo ella.
Edgar asintió.