Maxim se frunció el ceño cuando se dio cuenta de que el frío que intensificaba su experiencia ahora era causado por este hombre, que caminaba elegantemente por las escaleras de hielo. Las mandíbulas del rey se apretaron mientras intentaba soportar el frío.
—¿Cuántos grados bajo cero eran estos? —se preguntaba Maxim.
Alzó la vista y observó al hombre que llegaba. Vestía una delgada camiseta blanca y pantalones grises holgados, con calzado de cuero simple. Actuaba como si fuera verano.
Su rostro era extremadamente guapo, pero su expresión era distante. El hombre era la definición de frío, en sentido figurado.
Su cabello negro le crecía hasta los hombros y le hacía parecer gentil. Contrastaba enormemente con su piel pálida, que se veía tan blanca como la de Margueritte. Y al igual que su madre, los labios del hombre eran muy rojos.