—¡Ella no hizo nada! —Finalmente, Marte estalló. Soltó al viejo y se paró delante de él y lo miró fijamente a los ojos.
Sus dientes rechinaron y sus puños se cerraron a los lados cuando gritó:
—¡Mi madre es inocente! ¡Es la mujer más amable y dulce que jamás podría hacerle daño a una mosca! ¿Cómo te atreves a insultarla con tus acusaciones!
Los ojos de ambos hombres se encontraron y se fijaron. El duque había dejado de intentar atacar. Sus labios temblaban y lentamente le seguía el resto de su cuerpo.
Por un momento, pareció entrar en razón y se dio cuenta de que la persona que tenía delante era un hombre, no Elara, la mujer que le quitó el prometido a su hija y destruyó a su familia.
Sin embargo, este joven hombre se parecía tanto a ella.
¿Quién era él?
¿Era... su hijo?
La mente del viejo duque concluyó tanto con lo que le quedaba de cordura.
—¿Eres su hijo? —El Duque Bellevar le preguntó a Marte con dientes apretados—. Ahora eres un adulto...