—¿Tenía que andar el Presidente Feng sobre cáscaras de huevo desde la mañana? —murmuró uno de los empleados—. ¿Por qué su humor se inclina más hacia el modo diablo?
—¿Tenemos algún derecho a quejarnos? Es el poderoso Presidente de esta organización. Solo nos queda aceptar los malos momentos y castigos que nos da —se resignó otro.
La gente murmuraba entre ellos, quejándose de la situación en la que estaban atrapados, pero también sabían que no serían salvados a menos que completaran la tarea que se les había pedido.
Pero justo entonces una voz fría les heló los huesos, haciendo que sus rostros se volvieran pálidos como el papel. Sus cuerpos temblaban cuando se dieron cuenta de que habían sido atrapados hablando a espaldas de su jefe. Algo que era verdaderamente pecaminoso y altamente castigable en los Internacionales Feng.