Vestido con su habitual traje negro a cuadros de corte ajustado, el hombre lucía encantador como siempre. Su traje parecía muy ordinario, pero la forma en que le quedaba a la perfección y los brillantes gemelos de platino en sus mangas dejaban claro que la vestimenta estaba lejos de ser simple y ordinaria.
—¡WeiWei! —llamó el hombre y, como los ratones al son del Flautista de Hamelin, la pequeña corrió hacia él sin mirar atrás a las personas que se quedaron atónitas ante la revelación.
Su Fai estaba a punto de volver a imponer la preferencia de la niña y detener al hombre que la llamaba con ese término cariñoso, pero se detuvo cuando vio que la pequeña ya se subía a sus brazos sin mostrar restricción alguna. Los parecidos ojos grises de la pareja le daban una pista desconocida, algo que no estaba listo para aceptar ni siquiera en sus sueños.