Hace 10 años.
El barco se mecía en el océano. La brisa con olor a mar entraba por las rendijas de la caja en la que eran transportados, mezclándose con el olor del sudor, las lágrimas y el miedo casi tangible en los rostros de cada niña y niño dentro de la caja.
—Quiero ir a casa. —Estas palabras resonaban con todos.
Habían estado encerrados allí durante tres días ya.
Al principio, pensaron que estaban siendo filmados y, por lo tanto, no mostraron un pánico genuino. Sin embargo, cuando pasaron horas y todavía no se oía ningún otro sonido desde fuera, ni nadie venía a sacarlos de allí, pronto sintieron el miedo inyectándose en su sistema.
¿Todavía estarían filmando en este punto?
¿Estaban siendo víctimas de una broma?
¿Cuánto tiempo van a permanecer ahí?
Pero estas preguntas pronto se volvieron inútiles.
Estaban cansados. Hambrientos. Y emocionalmente estresados.
