Teresa entró con Aurora, de la mano, sonrisas pegadas en sus rostros mientras caminaban más adentro del salón. Damien no sabía qué le pasaba pero no podía quitarle los ojos de encima. El vestido de terciopelo era sencillo, pero la llevaba con elegancia, era majestuosa.
—¿Cómo podía ser esbelta y aún así tener una forma perfecta? Esta mujer no le dejaba otra opción, aun cuando intentaba alejarse, ella seguía atrayéndolo más cerca. En este punto, no estaba seguro de que la dejaría ir si resultaba ser la infiel.
Se veía tan inocente que no quería creer que pudiera hacerle daño a una mosca. Incluso cuando la hacía llorar, ella todavía brillaba entre las demás mujeres. La haría la madre de sus hijos, cueste lo que cueste.
—¿Qué le pasa? —¿Qué, se ha quedado nuestro Alfa sin sensaciones? —Espera, ¡está mirando algo!