—Bienvenido de vuelta, Su Gracia —de vuelta en el ducado de Hayes, Dante fue recibido por los habituales sirvientes alineados y Spencer de pie delante de ellos.
Por costumbre, los ojos de Dante se desviaron al lugar junto a Spencer. Hubo un tiempo en el que una mujer de cabellos plateados siempre lo saludaba con una sonrisa radiante. Sus ojos azules solo se posaban en él, centelleando como las estrellas y revelando cuánto lo amaba.
—Bienvenido de vuelta, Su Gracia —ella había sido quien pronunciaba esas palabras y no Spencer.
—Isla... —Dante bajó tambaleante de los escalones fijados a la carroza. Una de sus manos se extendió hacia ese lugar vacío que no tenía nada excepto un recuerdo desvaneciente. Una persona desvaneciente que era su esposa.
—¿Su Gracia? —Los corazones de los sirvientes que observaban al duque tropezar saltaron de su pecho. Se apresuraron hacia adelante para evitar que el duque cayera a su muerte.