—Será también bueno que recuerdes que ahora soy el Gran Duque, señorita —dijo él—. Evita llamar mi nombre en el futuro.
Esas fueron las últimas palabras que escuchó antes de que la expulsaran del Gran Ducado. La echaron del lugar que se suponía era su hogar. La echaron del lugar que debería haber sido suyo simplemente por una mujer de baja cuna que había seducido a su prometido.
No importaba cuán perfecta se esforzara en ser, no podía tolerar cómo una mujer de baja cuna era mejor que ella para ser su Gran Duquesa.
Por culpa de esa mujer, el Gran Duque sostenía su espada contra su cuello.
Podía imaginarse cómo aquellas jóvenes que se arrimaban a ella se reirían de su caída. Se reirían de cómo una mujer de baja cuna la había superado, a ella, la hermosa y perfecta hija de un conde estimado, en ganarse el corazón del Gran Duque.