—Buenos días, joven maestro.
Los rayos de luz del amanecer se filtraron en la habitación oscura, iluminando el tranquilo lugar y otorgándole un hermoso resplandor, como siempre. Los rayos del sol perturbaron el sueño de Damien, quien frunció el ceño antes de revelar poco a poco uno de sus adormecidos y acuosos ojos. Luego mostró el otro y su visión borrosa se tornó gradualmente clara gracias a las numerosas veces que parpadeó con sus largas pestañas plateadas.
—¡Hermano! —Una voz familiar y alegre sonó cerca de Damien y sus labios se curvaron inconscientemente antes de que su visión se aclarara completamente, revelando sus enfocados y cristalinos ojos azules.
—Buenos días, Gerry. —Damien dejó escapar una sonrisa soñolienta. Aunque solo fuera una mueca en los labios, su sonrisa no perdía su encanto como siempre. Y el pequeño Gerald siempre quedaba hipnotizado por la belleza de su hermano mayor.
—Buenos días, tía Mia. —Damien tampoco olvidó saludar a la joven empleada en la sala.