Lejos del ducado en las afueras del imperio, entre las casas alineadas en la Villa Asta, la puerta de una casa se abrió y una mujer salió con una cesta en el hombro.
—¿A dónde vas? —escuchó esa tenue pregunta desde el interior y respondió con un arqueo de ceja.
—¿Se te olvidó? Voy a comprar flores para nuestra casa. —Casi gritó, aunque no podía ver el rostro de su esposo. Mientras hacía la comida en la cocina, le había dicho repetidamente que iba a conseguir flores para su hogar y aun así él le hizo esa pregunta absurda.
Decidida a no molestarse más, la mujer resopló mientras cerraba la puerta y se dirigía al edificio que estaba a cinco casas de la suya.
—Buenos días.
—¡Ah! Buenos días, señora. —En su camino, saludó a la mayoría de sus vecinos, que barrían el frente de sus casas, hasta llegar a su destino.