Dante miró a esta mujer que nunca había salido de sus pensamientos, incluso después de su matrimonio con Annalise.
Justo como antes en el jardín, su presencia siempre lo hechiza. Su cabello plateado-blanco, sus ojos azules oceánicos, y su cuerpo, que parece más lleno y curvilíneo, probablemente a causa de su embarazo.
Dante lo había admitido y siempre lo admitirá. Su esposa era verdaderamente una mujer bella... solo que no la mujer para él, ya que su corazón ya tiene una dueña.
—Amelia, déjanos solos. —Se estremeció ligeramente al escuchar su voz distante, a la que aún no estaba acostumbrado.
Sus ojos rojos se dirigieron a la empleada que salía de detrás de la silla. No había notado su presencia para nada.
Amelia ni siquiera se molestó en saludar al duque cuando él llegó de verdad, justo como las palabras de su señora. ¿Él quiere acusar a su señora de algo que ella no hizo?!
¡Jamás! ¡No mientras ella esté presente!