Después de aquel día, no tardaron los sirvientes del ducado de Hayes en notar que el duque dormía en la habitación de la segunda señora.
—Parece que se han reconciliado —eso fue lo que pensaron, y esperaron a que la duquesa hiciera su primer movimiento.
Seguramente estaría descontenta con el duque, reavivando su relación romántica con la segunda señora, ¿verdad?
Esperaron un día, y luego otro, pero no hubo movimiento por parte de la duquesa, haciéndoles preguntarse si permanecería callada como antes.
Como si la tensa relación no fuera suficiente para ellos, la próxima fiesta de té era otro problema para ellos.
Ahora realmente esperaban que la duquesa hiciera un movimiento ya que la segunda señora organizando una fiesta de té tenía otro significado. Organizar una fiesta de té como una mujer casada es uno de los deberes de la señora de una casa, y que el duque acceda a la fiesta de té es como si indirectamente le estuviera dando poder a la segunda señora.
—Ahí va otra vez. Siempre lastimándome sin pensar —Isla suspiró cansada en su cama. Miró su vientre con una sonrisa. —Es bueno que tu madre ya no ame a tu padre, de lo contrario estaría llorando en este momento.
—Justo como en mi segunda vida —sus ojos azules se entristecieron mientras recordaba uno de esos dolorosos recuerdos.
En ese tiempo, incluso sabiendo a quién pertenecía su corazón, ella todavía quería estar con él, y comer juntos en cada comida era la única manera. Ella no era Annalise, quien podía visitar a su esposo en cualquier momento ya que su relación era inexistente.
—Duque, ¿puedo organizar una fiesta de té? Es un poco aburrido y Olivia me lo sugirió —las palabras de Annalise hicieron que los cubiertos que estaban a punto de entrar a su boca, se detuvieran, ya que sabía que Annalise organizando una fiesta de té no era bueno para ella.
¿Está intentando luchar por el poder del ducado conmigo? Eso pensó entonces.
Como siempre, es como si tuviera esperanzas en su esposo... esperanzas de que él viera las cosas correctamente y no solo a Annalise.
Pero él no lo hizo.
Sin mirarla, él le dio una sonrisa cálida y aceptó sus deseos con ojos complacidos —Por supuesto que puedes. Puedes hacer lo que quieras. Eres mi esposa, así que no necesitas preguntar.
Esas palabras le atravesaron el corazón.
Su esposa... ella quería ser llamada así. Quería que él la llamara así, pero no lo hizo. Llamó a otra mujer sin pensar en sus sentimientos.
—Gracias, Dante —Annalise sonrió emocionada y se volvió hacia ella—. Espero que la duquesa no se moleste.
—P-Por s-supuesto —¿Qué podía decir? Su esposo había hablado, y su voz era equiparable a la ley imperial en el ducado. Ahora mismo, ¿los sirvientes incluso le obedecían a ella? Ellos podían ver a quién favorecía su esposo y estaban cambiando de bando sin pensarlo dos veces.
Lo único que podía hacer era apretar su tenedor y mostrar una sonrisa cálida, como si todo estuviera bien.
Como si Annalise no estuviera robando todo lo que legítimamente le pertenecía a ella y a su hijo.
Como si su esposo no estuviera destrozando su frágil corazón, indirecta o directamente.
Como si todos no la hubieran abandonado en este mundo olvidado.
—Mi señora, Su gracia... —Una vez más Amelia se convirtió en una gata mensajera para su señora, a quien el duque no pensaría dos veces antes de lastimar.
Volviendo al presente, Isla parpadeó dos veces para detener las lágrimas que amenazaban con caer y miró a la enrojecida Amelia que acababa de cerrar la puerta.
—¿Por qué no piensa primero en mi señora? ¿Quién sabe qué dirán esas damas nobles una vez que vengan a la fiesta de té?! —Con un puchero de enojo, Amelia pisoteó el suelo hacia la cama de Isla y tomó las manos de esta con ojos decididos.
—Mi señora, debes asistir.
—No —Isla no pensó dos veces antes de rechazar esos ojos centelleantes.
—¿¡Por qué!? —exclamó Amelia, cuyas orejas erguidas y cola de gato cayeron desanimadas.
Isla rió tranquilamente ya que realmente Amelia le parecía un gato. Luego respondió:
—Amelia debería saber que ya no me importan cosas como esa.
—P-Pero tienes que hacerlo —Amelia suplicó con los dientes apretados—. Tienes que mostrarle a la nobleza que no eres tan miserable como se imaginan.
—Lo sé —Isla sonrió, mientras sus manos iban a colocar un mechón suelto de pelo castaño detrás de la oreja de Amelia—. Ella sacudió su cabeza después de un rato, pero aun así no lo haré.
Nunca competiría por el amor de su esposo cuando era amada mucho más de lo que jamás imaginó serlo.
Su difunta madre, su padre, su difunta niñera, Amelia, y ahora su bebé en el futuro. Ellos la amaron y continuarán amándola más.
¿Por qué debería esforzarse por tramar planes y participar en discusiones contra Annalise por el amor de su esposo? Podría usar ese tiempo gastado en esas cosas absurdas para prepararse para la llegada de su bebé.
Hablando de la llegada del bebé…
—Me pregunto cuándo llegará el envío de padre —pensó en voz alta. Amelia ya había soltado sus manos y estaba de pie erguida.
Al escuchar sus palabras, su mirada triste se iluminó y sus orejas caídas se levantaron.
—Tienes razón, mi señora. No puedo esperar a ver la cuna que usaste cuando eras bebé. Recuerdo que eras tan linda en ese entonces. Mi señora sigue siendo linda, pero ahora eres muy hermosa como la difunta gran duquesa. Me pregunto de qué sexo será el bebé. Si el bebé es un joven maestro, espero que tenga el cabello plateado de mi señora. Será tan guapo como su excelencia. Si la bebé es una joven dama, entonces será tan linda como lo eras tú, mi señora…
La sonrisa de Isla no desapareció mientras veía a Amelia desbordar de emoción.
—Siento que el bebé será un niño —dirigió su mirada a su vientre y le dio otra caricia.
—Entonces debe tener el cabello de mi señora —fueron las inmediatas palabras de Amelia. Lo dijo como si no hubiera lugar para discusión.
Isla no pudo dejar de reír ante la seriedad en los ojos de la otra.
—¿Y si tiene el cabello rojo del duque? —luego preguntó, pero eso hizo que el corazón de Amelia hirviera de ira.
—¡Absolutamente no! —El joven maestro no puede parecerse a Su gracia. Debe ser tan lindo como mi señora.
—Pero él es hijo del duque —señaló Isla. Está feliz de tener esta conversación. Algo que una mujer embarazada hace con su esposo y sin embargo, aquí está ella, haciéndolo con su empleada. Sin embargo, la felicidad llena su corazón. Está contenta de que alguien esté aquí para ella y su bebé. Al menos puede hablar de su precioso hijo no nacido con alguien que realmente se preocupa.
Amelia no quería admitirlo, pero las palabras de su señora eran ciertas. El bebé era hijo del duque y tenía que parecerse al duque de alguna manera.
—Entonces puede tener los ojos rojos del duque —gruñó ella, muy descontenta—. ¿Acaso no son el símbolo de la sangre de Hayes?
—Sí, lo son, y tienes razón. Mi hijo puede tener los ojos rojos del duque —porque los tendrá.
Isla no lo dijo en voz alta, pero sabía cómo sería su querido hijo cuando llegara a este mundo. Será un niño hermoso.
—...Entonces, ¿cuál sería el nombre, mi señora? —preguntó Amelia después de una breve pausa.
—Un nombre... —Isla la miró sin expresión, luego se volvió al bulto del bebé con su mano aún sobre él.
Después de un rato, dijo, lentamente, —Damien... Damien Liev.
Aunque el primer nombre de su hijo fuera el mismo nombre de su segunda vida, gracias a su esposo, añadió el segundo nombre para prometerse a sí misma y a su hijo que esta vida sería absolutamente diferente.
Amelia abrió mucho los ojos ya que conocía el significado detrás del segundo nombre. Los segundos nombres en el imperio son raros, y que su señora nombrara al bebé con ese segundo nombre, mostraba cuánto amaba a su hijo.
—Damien, porque deseo que tú, mi hijo, seas poderoso y nunca ignorado —la suave mirada de Isla nunca abandonó el vientre—. El amor que tenía por su esposo no podía compararse con el amor que tiene por este niño.
—Y Liev, porque te veo, mi hijo, para siempre como mi corazón. Eres digno de amor, y madre siempre te amará, mi hijo precioso.
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