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Una vez que las palabras escaparon de los labios de Julie, su rostro se tornó rojo, mirando hacia atrás a Román, quien estaba fuera de su ventana. Su mente y su voluntad eran débiles cuando se trataba de él, anhelando su compañía, y ante su pregunta, ella había soltado lo que antes no había podido decirle.
Los ojos de Román lucían nada menos que un cielo de medianoche sin estrellas, pero había un brillo en sus ojos, un destello de oscuridad que se quedaba tras ellos. Y la manera en que la miraba ahora, debería haberla aterrorizado, pero no lo hacía.
Él le preguntó:
—¿Estás segura de eso?
Román quería escuchar más de lo que Julie había pronunciado. Necesitaba la afirmación para asegurarse de que ella no se retractaría mañana cuando estuviera mejor. Que no era la fiebre la que le estaba hablando.
Para darle el empujón que necesitaba, él dijo: