Quedaba al menos más de una hora antes de llegar a la mansión por lo que Isaías decidió hacer el viaje de regreso menos aburrido cerrando los ojos y decidiendo dormir. Sus propias manos estaban sangrientas por haber atacado al vampiro trastornado, pero había usado sus pantalones para limpiar sus manos ensangrentadas.
Incapaz de quedarse dormido, por Dios sabe cuánto tiempo había sido, abrió los ojos de golpe. Sus ojos se movían alrededor de la carroza para mirarla.
—¿Cuánto falta para llegar a la mansión? —le preguntó ella.
—Menos de una hora —Sylvia sacó el reloj de bolsillo de su vestido, abriéndolo para ver y decir—. Ya pasó de las doce ahora.
Era mucho tiempo, pensó Isaías para sí mismo.