—Pero...
—¿No has escuchado lo que he dicho? —el alcaide rodó los ojos—. Avanzando, agarró el brazo de la esclava y arrastró a la mujer, llevándola a la sala de confinamiento y lanzándola en la misma celda en la que había estado casi dos días.
Caitlin era mayor, habiendo pasado años aquí en la celda, estaba acostumbrada al trato. Había estado aquí antes de que este nuevo alcaide fuera asignado después de que el anterior fuera asesinado. No era nada nuevo, corría el rumor de que los alcaides estaban malditos por lo que le hacían a los esclavos aquí. Su poca moral solo los golpeaba a ellos pero las palabras circulaban solo entre los esclavos y ni un susurro se decía al propio alcaide o a los guardias que vigilaban el establecimiento de esclavos.
Sus ya ásperas manos rozaron contra el sucio suelo de la sala de confinamiento que estaba oscura y olía a muerte.