El hombre que había recogido a la mujer de la posada no tenía idea de quién era ella ni de lo que era capaz. La belleza de la mujer había cegado al hombre, perdiendo de vista la señal básica que habría reconocido si la hubiera visto de cerca, pero la mujer era hermosa y su cabello ligeramente húmedo, que se secaba tras empaparse en la lluvia, adherido a la nuca de su cuello se veía seductor a los ojos del hombre.
Su lengua se asomó para lamerse los labios ante la vista de ella. Ahora que ella estaba en la carroza, él la miraba de reojo cuando ella se quitaba el abrigo del cuerpo. Quitándoselo y colocándolo abajo. Eso le dio una vista completa del cuerpo de la mujer donde su vestido se adhería a ella como una segunda piel.
—¿De dónde eres? —preguntó, intentando iniciar una conversación para saber más acerca de la mujer que había recogido.