En la mansión de Quinn, las nubes seguían cerniéndose espesas en el cielo mientras el viento frío soplaba por la tarde donde todavía había luz. Con la llegada del invierno que estaba a la vuelta de la esquina, la temperatura había bajado mucho donde si no fuera por el calor que emanaba de las paredes y las chimeneas, los humanos se habrían congelado y muerto de frío.
Era una de las ventajas para los humildes sirvientes que trabajaban en las mansiones que pertenecían a la alta sociedad de las personas, ya que les brindaba el refugio necesario que su propio hogar no les proporcionaba.
Cuando llegó la hora de la cena, Quinn y Penny entraron al comedor para acomodarse. Luego, la comida llegó a la habitación como cualquier otra vez, pero Penny no podía dejar de mirarla.