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Xiao Rufeng sabía que tenía algo de suerte de que el hombre que había venido a verla esa noche fuera un hombre decente. También sabía que si él fuera como cualquier otro hombre que ve a las mujeres como un juguete, estaría completamente condenada por el resto de su vida. Aún así, sabía que no podía bajar la guardia todavía y que necesitaba mantener un ojo en este hombre misterioso.
—Por favor, di algo —dijo, obligándose a mantenerse despierta y no dormirse. No ayudaba que su cuerpo entero se sintiera bien después del masaje que había recibido antes y que el aroma de la habitación la estuviera adormeciendo.
—¿Qué quieres que diga? —el hombre le preguntó a su vez.
—No sé. No quiero dormirme ahora, y no estoy segura de cuándo pasará el efecto de la droga para poder moverme.