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Unos días después.
Una mujer estaba sentada detrás de un escritorio recién amueblado que había llegado hace uno o dos días. Los cajones estaban repletos de pequeños objetos aquí y allá, pero en la superficie solo había un organizador de archivos, un porta bolígrafos, una lámpara abstracta y un ordenador cuyas teclas eran golpeadas constantemente por las manos que volaban sobre el teclado. Una gran pila de documentos estaba a unos centímetros del ordenador, todos ellos leídos, circulados, anotados y unos pocos afortunados habían sido aprobados y firmados por ella. Hacía poco más de una semana que había comenzado su puesto aquí, pero curiosamente, las tareas realizadas le resultaban familiares. Quizás era porque solía acompañar a menudo a su abuelo como asesora, pero nada le parecía nuevo. Era como si se hubiera tomado un descanso de este trabajo y luego hubiera vuelto unos meses después.
Un suave golpe sonó en su puerta y sin levantar la vista de la pantalla, dijo: