—Cosita tonta —susurró, atrayéndola para darle un suave beso en el cabello—. No me importan cositas insignificantes como esa. Estamos en el siglo veintiuno, no esperaba que fueras virgen —sonrió con dulzura, girándola para disfrutar de la expresión sorprendida en su rostro. Con los labios entreabiertos y los ojos bien abiertos, lo miraba como si tuviera tres cabezas.
—¿No... no estás enojado? —preguntó ella con escepticismo, cautelosa de la calma extrañamente tranquila en la que él se encontraba. Esperaba que él se descontrolara, hiciera un berrinche, la empujara o la mirara con asco, pero él no lo hizo.
—Me enojé en el primer segundo en que lo escuché —admitió—. Pero he llegado a darme cuenta de que es egoísta esperar y preocuparse por algo así, especialmente cuando yo tampoco lo soy —apartó su cabello para revelar su rostro, usando una mano para sostenerlo.