Xenia recordó que Darío ya le había dado de su sangre una vez cuando había ingerido la baya Tártara. Pero entonces, realmente no podía recordar mucho sobre ese incidente, ni siquiera el sabor exacto de su sangre.
Mientras bebía, escuchó cómo él gemía como si estuviera complacido con que ella chupara su sangre como un vampiro. También podía sentirlo crecer aún más, el bulto presionando bajo sus glúteos se endurecía con cada segundo.
—¿Más? —inquirió Xenia entre sorbos.
—Ah... Se siente extrañamente bien, Xen. Puedes desangrarme más si quieres —respondió Darío, haciendo que Xen dejara de sorber para mirarlo.
Lamiéndose los labios manchados de sangre, tragó al verlo. Sus ojos estaban dilatados y desbordantes de lujuria. Xenia simplemente sabía que esos ojos suyos gritaban otra ronda de apasionado amor entre ellos. Una a la que ella acomodaría con gusto.