Abanicándose, Darío caminaba por los pasillos de su castillo cuando divisó a Bartos y a Gedeón en su lugar habitual de encuentro. Estaban en el campo de entrenamiento, acunando botellas de vino en sus manos mientras charlaban desenfadadamente. Viendo que aún se sentía prácticamente abrumado, decidió que tal vez compartir una charla con sus hombres le ayudaría a volver a la realidad.
Poniéndose su habitual fachada estoica, Darío salió al resplandor de la luna, el sudor en su frente brillando débilmente contra la luz azul brillante.
—¿Señor?
—Tranquilos, Gedeón —Darío asintió secamente, apoyándose en la pared más cercana mientras cruzaba los brazos sobre su pecho—. Simplemente estoy aquí para charlar. Y tal vez para beber algo, ya que obviamente habéis traído una caja del brebaje con vosotros.