Clara no sabía cuánto tiempo había pasado desde que Gilas comenzó a comerla. El tiempo parecía haber perdido todo significado mientras ella alcanzaba su clímax múltiples veces, su visión volviéndose blanca más y más con cada orgasmo sucesivo que experimentaba. Todo el tiempo, Gilas parecía contento de simplemente llevarla al cielo una y otra vez, con una mano ya comenzando a acariciarse mientras su boca seguía ocupada brindándole placer.
En resumen, era un ciclo de placer perpetuo, uno que nunca esperó que sucediera esa noche.
—¡G-Gilas! —gritó su nombre una vez más, sus jadeos y gemidos llenaban el aire mientras alcanzaba su clímax otra vez. Su cuerpo temblaba y se convulsionaba, su columna arqueándose de placer mientras las contracciones casi la hacían desmayarse de lo intensas que eran. Habiendo desechado la mayoría de las pretensiones de compostura después de lo que pareció su tercer orgasmo, su garganta empezaba a enronquecerse de tanto gritar.