Calhoun miró a los ángeles con máscaras cubriendo sus rostros y un báculo en cada una de sus manos. El viaje a este lugar les había llevado más tiempo del que había previsto para llegar al Cielo. Tres horas doce minutos y diez segundos contados. Había estado contando el tiempo desde que había visto por última vez a Madeline, y con cada segundo que pasaba, la ira en sus ojos solo aumentaba.
—¡Apártense de las puertas! —ordenó uno de los ángeles que estaba frente a las puertas. —El Cielo no es lugar para demonios. ¡Ya no son bienvenidos aquí, Lucifer!
—Vladimir, —corrigió el Diablo—. Me llamo Vladimir. Ahora sean buenos chicos y abran las puertas.
—¡Jamás! —gritó otro guardia—. Somos los guardias que protegen las puertas del Cielo. ¡No pasaréis y debéis irse de inmediato!
Los otros guardias se posicionaron, listos para atacar si los demonios avanzaban.