El pueblo de Meldey no era exactamente un lugar donde la gente vivía, ya que había sido clausurado hace unos meses debido a la plaga que se había propagado y atacado a los ciudadanos, dejando el lugar casi desierto con muy pocas o ninguna persona allí. Las rutas que conectaban el pueblo se habían cerrado durante el mismo tiempo en que la plaga había atacado, dejándolo en manos de algunos demonios y ángeles caídos, quienes ahora lo utilizaban sin ser molestados.
En uno de los enormes edificios, Beth poco a poco empezó a recuperar su conciencia y escuchó que algunos murmullos tenían lugar a su alrededor. Dándose cuenta de que estaba atada, intentó liberarse cuando oyó el sonido de unos zapatos golpeando contra el suelo.
—Finalmente has despertado —dijo una voz de hombre, y Beth trató de mirar en la dirección de donde escuchó la voz, finalmente avistando a un hombre con barba que se puso de pie junto a su cabeza.
—¿Dónde estoy? ¿Quién eres tú? —preguntó Beth, con pánico en su voz.