—Odín —llamó Vladímir a su sirviente—, y Odín pensó que su maestro quería que completara girando la palanca. Afortunadamente no fue así, porque su maestro dijo:
—Ve a traerme una taza de té de sangre. Me puedo dar un respiro para charlar, y parece que la noche no ha avanzado mucho desde que nos fuimos.
Siendo el sirviente obediente que era, Odín inclinó su cabeza, dejando atrás en la habitación a Madeline y Vladimir.
—Ahora entiendo —surgió en la mente de Vladímir—. Me estaba preguntando por qué había invitados no deseados en el castillo, pero esto lo explica. De repente, Vladímir comenzó a reír como si alguien le hubiera contado un chiste, y su risa resonó a través de la habitación casi vacía. Madeline se sintió incómoda ya que para sus oídos sonaba malévolo.