—Madeline sintió la tensión aumentar en su cuerpo cuando vio al sirviente llamado Odín, quien giró la palanca una y otra vez, aumentando su ritmo cardíaco. Se escuchó un fuerte clic y Madeline cerró los ojos. Un dedo cayó al suelo, y Odín soltó la palanca como su Maestro había dicho, un dedo por día.
Anticipó el dolor, esperando que subiera desde su dedo hasta sus brazos antes de que se extendiera por todo su cuerpo, haciéndola conocer el dolor insoportable. Cuando no lo sintió, abrió los ojos y miró el dedo que había caído al suelo, que no era suyo. El color del dedo era blanco, y no tenía sangre.
Vladimir, quien esperaba que la chica empezara a gritar, parecía ligeramente decepcionado. Observaba la pared detrás de ella antes de mirar su rostro que estaba tranquilo pero marcado por el miedo. Luego bajó la vista al suelo, hacia el dedo caído.
—Odín —llamó Vladimir, y el sirviente se volvió hacia su Maestro—. ¿Cuánto tiempo hace que no limpias este dispositivo?