Un joven se abría paso por los callejones, ya que las calles nunca habían sido amables ni con él ni con su madre. Eran casi las seis y el cielo se había oscurecido. Con una pequeña bolsa en la mano, el joven continuó cruzando casas hasta que alcanzó el final del pueblo, que también era el camino que conducía al bosque.
—Madre, ya estoy —dijo, parado fuera de la puerta, pero no recibió respuesta. Llamó a la puerta, preguntándose si su madre habría ido a algún lugar. Cuando golpeó con más fuerza, la puerta de madera se movió como si no hubiera estado cerrada con llave. —¿Madre? —llamó Calhoun, y cuando sus ojos se posaron en la mujer en el suelo, gritó —¡Madre! ¿Qué ha pasado? —preguntó frenético, después de ir a su lado.
La mujer tenía sangre goteando de la esquina de su boca. Sostenía algo en su mano, que puso en su bolsillo. —Estoy bien, Calhoun. —Intentó levantarse, apoyando su mano en el suelo y de pie a punto de caer de nuevo si no fuera por su hijo que la sostuvo a tiempo.