—Duerme un poco más —escuchó la voz de Calhoun a su lado, y giró la cabeza para verlo acostado de lado, observándola.
La noche anterior, después de que ambos visitaron la aldea de Carnaval y el cementerio, habían regresado al castillo. Madeline no podía recordar cuándo llegaron a la habitación ni cuándo se quedó dormida en la cama. Lo último que presenció y experimentó había dejado su mente perturbada.
—Cierra los ojos, Madeline —le susurró las palabras, y como por arte de magia, sus ojos se volvieron pesados para cerrarse de nuevo.
Calhoun la observó mientras se adormecía, su cuerpo balanceándose y hundiéndose en el colchón debajo de ella, mientras él yacía a su lado. Desde que habían regresado, no había abandonado la habitación. Sus ojos lentamente se desviaron hacia sus dedos entrelazados y no los movió, no queriendo despertarla. Madeline no había notado que estaba sosteniendo su mano como si no quisiera que él la dejara sola.