Madeline se sentía medio desnuda en presencia de Calhoun, pero no se sentía incómoda. Él disfrutaba viéndola llorar y gemir, lo notaba en sus ojos, el deseo de fuego solo aumentaba, y había veces que le preocupaba. ¿Podía alguien amar tan intensamente, tan ardientemente que su propia vida girara en torno a la tuya?
La mano de Calhoun no había abandonado su espalda, y sus dedos continuaban recorriendo cada pulgada y rincón de su espalda, observando los moretones que se habían formado.
—Déjame ir a buscar algo para eso —se ofreció él, y Madeline fue rápida en rechazar.
—Se irá en unos días. A veces me salen moretones. Se pasan solos —le dijo ella.
Calhoun no le hizo caso y, en cambio, la llevó a la cama.