Vistiendo únicamente enagua y medias que le llegaban hasta el muslo, Madeline sentía como si apenas llevara ropa en su cuerpo debido a la delgadez de la tela de la enagua. Nunca había sido colocada bajo este tipo de situación. Para alguien que no había sido tocada, ni besada, ni abrazada por un hombre que era un extraño, su rostro se había puesto rojo, y miraba fijamente al suelo de la sala de galería.
El sofá en el que estaba sentada era acolchado, suave, que se hundía cuando se sentaba pero, por cómodo que fuera el sofá, estaba lejos de sentirse cómoda donde estaba medio vestida. La criada no le preguntó ni habló, hizo lo que le pidió el Rey y dejó a Madeline sola en la habitación. Madeline había girado su cuerpo mientras cubría su frente con sus manos al llevarlas hacia adelante.
Si algún día el malvado Rey fuera a morir, sería porque ella lo habría apuñalado, pero eso sólo estaba en su imaginación.