Ella miró a los lobos en las perreras y luego a Calhoun, cuyos ojos inexpresivos la miraban. Tragó suavemente, y él siguió cada pequeña acción. Madeline no sabía qué pasaba por su cabeza. No estaba acostumbrada a la presencia de los lobos, menos aún a tocarlos y acariciarlos. Sus ojos marrones se desplazaron hacia el lobo negro que Calhoun había estado acariciando.
Él había dicho que el lobo no le haría nada porque los había tenido desde que eran cachorros, pero eso no era lo mismo para ella.
—Vamos —la animó Calhoun—, y ella miró al lobo negro que la observaba con sus ojos negros silenciosamente. Recordó cómo el lobo había abierto de golpe sus ojos como un fantasma, sus dientes casi mordiendo a Sofía; ¡y ella decía que solía alimentar al lobo!
Madeline se movió tan sutilmente como pudo, su mano pasando de su regazo hacia las puertas enrejadas de la perrera.