—¿Mencionaste que ha estado aquí desde el amanecer? —preguntó Rosalinda, su voz saltada con una mezcla de curiosidad y resignación.
—Sí —confirmó Magda, con la voz firme—. Le informé que aún estabas descansando, pero se negó rotundamente a partir.
Rosalinda soltó un suspiro cansado, un matiz de frustración evidente en su expresión. Esperaba algún respiro, un momento de soledad para recolectar sus pensamientos, pero parecía que el destino había conspirado contra sus deseos.
—¿Necesitas mi ayuda para cambiarte de ropa? —ofreció Magda, la preocupación marcada en su rostro.