Al escuchar la sugerencia del brujo, los ojos de Marceline se agrandaron y su garganta se secó —¡No... no puedo perder mi pierna! ¡Debe haber otra forma! Eres un brujo, deberías saber cómo
El brujo no podía dejar pasar la oportunidad frente a él, y negoció con la vampira —Dame tu juventud, una parte de tu alma y el brillo de tu cabello. Intentaré pensar en algo mejor
—¡No! ¡No puedes quitarme nada! —Marceline apuntó de nuevo el arma hacia el brujo y dijo—. Si le digo a mi familia que fuiste tú quien me maldijo, ¿crees que te dejarán vivir?
—Entonces apareció el vil y feo ser de la mujer cuando fue acorralada —los ojos del brujo no eran menos que los de una serpiente con ojos verdes rasgados que brillaban en el oscuro bosque—. Pero yo no fui quien te maldijo. Yo te delataré que intentaste maldecir a alguien.