Con precisión calculada, Halcón presionaba su ventaja, sus golpes eran metódicos e inquebrantables. Escarlata, que luchaba por defender cada golpe, sintió una vez más el aguijonazo del arma de Halcón golpearla, esta vez un pinchazo superficial a través de su cintura, casi perforándola lo suficiente si no hubiera reaccionado rápido. El dolor se encendió, pero también su resolución. Mantuvo su posición, su cuerpo temblando del dolor, negándose a rendirse ante la derrota.
Reconoció la táctica deliberada de Halcón: alargar el duelo y abstenerse de asestar un golpe decisivo. En cambio, jugueteaba con ella, usando la oportunidad para burlarse y atormentarla, prolongando su sufrimiento.
Todo lo que pudo hacer fue aguantar, aferrándose desesperadamente a la poca fuerza que le quedaba dentro.