La puerta de la habitación aleatoria en la que había entrado Neveah se abrió. Neveah calmó sus sollozos pero no se molestó en levantar la vista para ver quién acababa de entrar, ya podía sentir la presencia de Kirgan antes de que entrara.
Neveah mostró rápidamente tanta compostura como pudo encontrar en su estado, pero no sirvió de mucho porque en el momento en que Kirgan entró, quedó claro que él podía notarlo.
—Neveah... —dijo Kirgan con incertidumbre, quedándose cerca de la puerta mientras observaba la escena.
Neveah se estremeció visiblemente, esa mirada de simpatía era lo que más detestaba. Esa mirada la hacía sentir débil e indefensa, demasiado frágil y todo lo que Neveah nunca deseaba volver a ser.
—Yo... traeré a Tara. —Kirgan rápidamente pensó en una solución y estaba a punto de irse nuevamente, pero Neveah lo detuvo.
Un testigo de este lado de ella ya era más que suficiente.
