Lennox regresó a casa tarde esa noche, esperando que sus hermanos y esposa estuvieran dormidos. Al entrar silenciosamente a la casa, notó una luz tenue proveniente de la sala de estar. Con la curiosidad picada, Lennox avanzó con cautela hacia la fuente de la luz, preguntándose quién podría seguir despierto a esa hora.
Entonces encontró a su esposa sentada en el sofá con una mirada pensativa y una copa de vino en una mano. Lennox encontró intrigante el comportamiento inusual de Adrienne porque ella rara vez se entregaba a la reflexión nocturna.
Se acercó a ella en silencio, sin querer sobresaltarla, y tocó suavemente su hombro.
—¿En qué piensas, amor? —preguntó, tomando la copa de su mano y dando un sorbo.
Adrienne levantó la vista, sorprendida de verlo. Estaba tan absorta en sus pensamientos que no escuchó la llegada de su esposo.