—¿Te gustó? —preguntó Elliana con su voz inocente, sin sonar presuntuosa mientras Sebastián murmuraba, frotando su nariz de arriba a abajo en su cuello, su virilidad aún dentro de ella.
—Entonces, deberías— Elliana quería pedirle que se apartara para poder ducharse y volver a dormir, pero antes de que pudiera sugerir algo así, sintió que él se engrosaba dentro de ella, sus oídos se enrojecieron con las sensaciones.
—¿Qué? ¿Por qué actúas tan tímida, bebé? ¿Dónde está mi traviesa y atractiva esposa que se estaba divirtiendo demasiado antes? ¿Ya no quieres hacerlo más? —Sebastián le sujetó las mejillas, obligándola a mirarlo a los ojos.
—Señor Marino, yo... estoy un poco cansada ahora —Elliana lo miró de manera compasiva.
—¿De verdad? —preguntó él, pellizcándole suavemente la barbilla.
—Mmm —susurró Elliana inocentemente.