Elliana miró a los ojos de su hombre, una suave sonrisa persistía en sus labios mientras se inclinaba lentamente y agarraba su barbilla entre su dedo índice y pulgar, inclinando su cabeza suavemente.
—¿Estás dispuesto a jugar un poco, Señor Marino? —preguntó Elliana con una sonrisa inocente.
La tortura de sus sonrisas y verla actuar tan seductora ya lo estaba matando. Lo único que quería era estar profundamente dentro de ella y probablemente nunca salir de ese calor lo antes posible, y así, sin pensar demasiado, asintió con la cabeza.
—¿Estás seguro de que es un juego, nena, y no un preludio? —gimió Sebastián cuando ella se desplazó suavemente sobre su abdomen, su cuerpo frotándose sensualmente contra su virilidad.
Elliana sonrió, un atisbo de picardía cruzó sus ojos mientras miraba a su hombre.