—¿Estás lista para que te pateen el trasero? —Carlota se plantó frente a Elliana, una sonrisa burlona en su rostro mientras miraba a la chica, que ya no parecía tan segura de esta batalla.
Elliana, por su parte, sentía un extraño dolor en su pecho, una extraña precaución asentándose en su corazón. Era casi como si algo malo estuviera sucediendo a su alrededor en algún lugar.
Sus emociones estaban descontroladas, y no había manera de controlarlas, lo que le dificultaba entender lo que estaba ocurriendo o concentrarse en cualquier cosa.
Su mirada se desvió hacia la audiencia, sentada en las gradas al margen para ver la batalla, sus puños apretados a su lado.
Nadie estaba allí para animarla. Sus ojos se humedecieron un poco. No le gustaba esta sensación de soledad. Hacía mucho tiempo que no sentía algo así. El señor Marino nunca le permitió sentirse sola. Siempre estaba allí para ella, sin importar lo que fuera.
La mano de Elliana fue instintivamente al medallón en su pecho.