—¿En qué estabas pensando, en serio? —Natanael alzó la voz a la chica, que se sentó en el taburete con la cabeza inclinada.
Después de pensar mucho, Elliana le contó a Natanael lo que estaba planeando porque no quería terminar como una de esas estúpidas heroínas que no cuentan nada a nadie y entran en un lío mayor para luego suplicar a otros que las ayuden.
—Me estás asustando —susurró Elliana suavemente, frunciendo los labios al apretar el labio inferior.
Natanael, que iba de un lado a otro por el laboratorio, tomó una respiración profunda antes de alborotar su cabello.
—Tú. ¡No te atrevas a actuar! Usa este método con tu esposo o amante o quien sea que él sea para ti —dijo Natanael, y Elliana emitió un murmullo.
Se levantó de su lugar y agarró su teléfono.
—¿A dónde vas? —preguntó Natanael, confundido.
—A usar este método con el Señor Marino —Elliana guiñó un ojo a Natanael, utilizando esta vez sus ojos de cierva.