Elliana no se movió del lugar.
Tampoco lloró. Era como si sus lágrimas se hubieran secado de tanto llorar en los últimos días.
Seguía mirando al hombre frente a ella, quien una vez le dijo que nunca tocaría a otra mujer, que ninguna otra tendría derecho sobre algo que le pertenecía.
Elliana caminó hacia un lado y se detuvo detrás de un árbol para apoyar su cuerpo. Quería oír de qué hablaban.
—Este abrazo no es suficiente. He oído que aún no le has mostrado tu cara a tu esposa. Ella todavía no sabe cómo luces. Quiero ver tu cara —dijo Brooklyn, y el corazón de Elliana dio un salto en su pecho.
—¿Mi máscara? —preguntó el señor Marino.
El corazón de Elliana latía con ansiedad.
Él dijo que su máscara era un símbolo de confianza, y que solo mostraba su rostro a las personas cercanas a su corazón. Cualquiera que no lo sea es asesinado.
Ella caminó hacia la entrada del invernadero para ver la escena por sí misma. Quería ver si su esposo le mostraría su rostro a esa mujer o no.