Sebastián aceleró su coche.
No había manera de que la dejara ir en un ataque de ira y dejar que alguien le dijera cómo su enojo estaba justificado porque no lo estaba.
No tenía derecho a sentirse triste cuando no estaba con él. Él era el único que debía tener permitido ver sus lágrimas. Él debería ser el único en el que debería montar.
—Estoy de acuerdo —la bestia dentro de él asintió y Sebastián apretó los dientes ante sus propios pensamientos. Su mente realmente estaba empezando a volverse un desastre lascivo cuando se trataba de ella sin siquiera intentarlo.
—Déjame concentrarme. Necesito encontrarla y traerla de vuelta. No puedo dejarla estar enojada conmigo por tanto tiempo —dijo Sebastián.
Él aceleró el coche, mirando alrededor para ver alguna pista que pudiera decirle dónde su princesa debe haber ido.
—¡Cuidado! —la bestia de Sebastián que siempre observa su entorno en su mente subconsciente le advirtió a Sebastián, forzándolo a mirar frente a él.