—Mmmm —Elliana gruñó con desagrado al sentir que alguien la sacudía.
—Elliana, por favor despierta. No tengo mucho tiempo antes de que tu esposo regrese. Por favor, ayúdame —Elliana escuchó un ruego desesperado en sus oídos, y arrugó el ceño, el velo del sueño desapareciendo de sus ojos al abrirlos y mirar a la dama frente a ella.
Sus cejas se fruncieron, y giró hacia la puerta que estaba entreabierta.
Por el sonido, era claro que el señor Marino estaba en el pasillo, dando órdenes a sus guardias sobre algún tipo de entrenamiento.
Elliana volvió a mirar a la bruja frente a ella, la suave expresión que cruzó su rostro por un segundo desapareciendo inmediatamente.
—Dame tu mano —dijo Elliana antes de extender su mano.
Leila miró a la joven y no pudo evitar tragar saliva.
Había pasado más de una hora desde que luchaba con este fuego del infierno que estaba destruyendo lentamente sus poderes.