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Al mismo tiempo, en las regiones de Creta, Pluto estaba sentado en la misma habitación que tenía una clara vista del reino de la bruja oscura y del clan del diamante negro.
Observaba a su amigo que contemplaba la estrella negra resplandeciente y suspiró.
—Nath, lo siento. Yo no...
—¿Cómo pudiste? —Nathaniel se dio la vuelta, mirándolo directamente a los ojos—. De todas las personas, Pluto, tú eras el único en quien confiaba con este secreto mío. ¿Por qué harías algo así? ¿Tienes idea de lo que podría haber ocurrido si no hubiéramos ido a verificar su estado? —preguntó Nathaniel.
Aunque la voz de Nathaniel no se elevaba, era la falta de emoción en su voz lo que irritaba a Pluto, y bajó la mirada avergonzado una vez más.
—Lo siento, Nath, de verdad lo siento. No sabía que la chica estaría tan herida que terminaría lastimando...