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Elliana sentía frío. No era esa clase de frío que sientes cuando no llevas suficiente ropa en invierno, o cuando nadas en agua helada.
Era la clase de frío que sientes cuando alguien te mira intensamente y no sabes qué está pasando por su mente.
Ella gimió en su sueño, acurrucándose en un ovillo dentro de la manta.
La inquietud seguía ahí. No importaba qué tan abrigada estuviera dentro de la manta, no era suficiente.
Con las cejas fruncidas, finalmente parpadeó abriendo ligeramente los ojos.
Lo primero que notó fueron las cortinas abiertas del balcón y suspiró.
—¿Así que esa era la fuente de mi frío? —Pero ella claramente sentía como si alguien estuviera —gruñó con disgusto—, su cabeza pesada antes de girarse sobre su espalda y mirar al techo.
Era la habitación de ellos, la habitación de ella y de Marino.
—¿Cómo terminé aquí? —Frunció aún más el ceño cuando sintió una sensación punzante en su cuerpo al mover las piernas.